Comentario bibliográfico: La policía de las familias(*)
Jacques Donzelot
Por Natalia Ivarrola[1]
Bajo el Antiguo Régimen, la familia era considerada como el agente natural de reproducción del orden establecido. Como correlato del poder conferido por el soberano, el padre de familia aseguraba la obediencia de sus miembros.
En la segunda mitad del siglo XVIII se quiebra este esquema y se hace necesario intervenir sobre la familia, a través de dos procesos: la economización de los cuerpos, en primer lugar y, la administración de las poblaciones, en segundo. Se trata de tecnologías políticas que van a actuar sobre el cuerpo, la salud, las formas de alimentarse y alojarse, las condiciones de vida, etc. Técnicas todas ellas identificadas a lo largo del siglo XX por Michel Foucault y rotuladas bajo el término de “Biopolítica”. Es aquí, en este contexto, donde encuentra asidero la policía, no en el sentido estrictamente represivo que hoy se le otorga, sino según su acepción más amplia, que engloba todos los métodos de desarrollo de la calidad de la población y del poder de la nación. “La policía tiene como misión asegurar el bienestar del Estado mediante la sabiduría de sus reglamentos, y aumentar sus fuerzas y su poder tanto como sea capaz. La ciencia de la policía consiste, pues, en regular todo lo que se relaciona con el Estado actual de la sociedad, consolidarla, mejorarla y hacer de tal forma que todo contribuya al bienestar de los miembros que la componen”.
A mediados del siglo XVIII surge como tema primordial de tratamiento, en el marco del discurso de intervención, la conservación de los hijos. De este modo, se pone en tela de juicio las costumbres educativas de la época: los hospicios, la crianza de los niños con nodrizas domésticas y la educación artificial de los niños ricos.
En primer término, se reprocha la administración de los hospicios debido a las inmensas tasas de mortalidad infantil ocurridas: el 90 % de los niños mueren antes de que hayan podido ser útiles para el Estado. En este caso, se pretendía salvaguardar a los “bastardos” a fin de destinarlos a tareas nacionales como la colonización, la milicia y la marina, tareas para la que estarían perfectamente preparados por el hecho de carecer de obligaciones familiares. “Sin padres, sin más sostén que el que les procura un sabio gobierno, no están apegados a nada, nada tienen que perder; incluso la muerte podría parecer formidable a tales hombres a los que nada une a la vida […]”.
Los hospicios, además, de constituir el espacio físico donde se alojan menores sin vínculos familiares, es un moderno dispositivo técnico encargado, fundamentalmente, de borrar las huellas de los niños adulterinos.
En segundo término, se mira con asombro y desconfianza el recurso de las nodrizas para la crianza de niños como costumbre dominante entre las poblaciones de las ciudades. “Los ricos podían comprar la exclusividad de una nodriza, pero raramente su voluntad”. En este sentido, es aterrador ver como hijos de padres honestos y virtuosos muestran desde su más tierna infancia un fondo de bajeza y de maldad. De este modo, la educación de los hijos de los ricos fracasa porque es confiada a domésticos que emplean con ellos una mezcla de violencias y de familiaridades impropias para asegurar su desarrollo, como en el caso concreto lo atestigua el uso de la faja.
En el extremo más pobre del cuerpo social, lo que se denuncia es la irracionalidad de la administración de los hospicios, los pocos beneficios que el Estado obtiene de la crianza de una población que sólo excepcionalmente alcanza una edad en la que puede devolver los gastos que ha ocasionado: la ausencia de una economía social. En el extremo más rico, lo que se critica es la organización del cuerpo con vistas a un uso estrictamente derrochador por el refinamiento de modales que hacen de él un puro principio de placer: la ausencia de una economía del cuerpo.
La fuerza de estos discursos pregonando por la conservación de los niños radica en la conexión establecida entre el registro médico y el registro social, entre la teoría de los fluidos sobre la que reposa la medicina del siglo XVIII y la teoría económica de los fisiócratas.
Alarma, particularmente, la creciente tendencia a abandonar los hijos al cuidado del Estado o a la mortífera industria de las nodrizas, que resentidas por su condición malogran la educación de los niños que tienen a su cargo.
Por último, se juzga como inconveniente la educación artificial de los niños provenientes de familias acomodadas, en tanto, produce el empobrecimiento de la nación y la decadencia de su élite.
La policía de las familias es un texto de imprescindible lectura para poder comprender los mecanismos que se utilizan en la actualidad sobre la población en su conjunto. Así, la familia adopta una posición neurálgica en el contexto de lo social, como principal indicador del tipo de sociedad que se pretende construir. Por ende, constituye un mecanismo en el que las prácticas de normalización participan de la interioridad del vínculo parental, haciéndolo actuar en consecuencia.
La construcción teórica que realiza el autor respecto de la “policía” sirve como herramienta de ruptura sobre la concepción binaria público-privado y permite, a su vez, la reubicación de la familia en la conformación y transformación de lo social.
Además, pueden evidenciarse dos factores de vital importancia, en primer lugar, el establecimiento de una alianza orgánica entre las familias acomodadas y la medicina y, en segundo, la notable preeminencia de la figura femenina. La mujer como persona encargada de la educación y buena formación de sus hijos, con una responsabilidad excluyente sobre las tareas domésticas y la adecuada administración de los recursos.
(*) Editorial Pre-textos, Valencia, 1998 (ISBN: 978-84-85081-25-7)
[1] Abogada, egresada de la UBA. Especialista en Derecho Penal y en Investigación del Crimen Organizado Trasnacional, Organizaciones criminales y sustancias psicotrópicas. Auxiliar docente de Elementos de Derecho Penal y Procesal Penal, Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
Por Natalia Ivarrola[1]
Bajo el Antiguo Régimen, la familia era considerada como el agente natural de reproducción del orden establecido. Como correlato del poder conferido por el soberano, el padre de familia aseguraba la obediencia de sus miembros.
En la segunda mitad del siglo XVIII se quiebra este esquema y se hace necesario intervenir sobre la familia, a través de dos procesos: la economización de los cuerpos, en primer lugar y, la administración de las poblaciones, en segundo. Se trata de tecnologías políticas que van a actuar sobre el cuerpo, la salud, las formas de alimentarse y alojarse, las condiciones de vida, etc. Técnicas todas ellas identificadas a lo largo del siglo XX por Michel Foucault y rotuladas bajo el término de “Biopolítica”. Es aquí, en este contexto, donde encuentra asidero la policía, no en el sentido estrictamente represivo que hoy se le otorga, sino según su acepción más amplia, que engloba todos los métodos de desarrollo de la calidad de la población y del poder de la nación. “La policía tiene como misión asegurar el bienestar del Estado mediante la sabiduría de sus reglamentos, y aumentar sus fuerzas y su poder tanto como sea capaz. La ciencia de la policía consiste, pues, en regular todo lo que se relaciona con el Estado actual de la sociedad, consolidarla, mejorarla y hacer de tal forma que todo contribuya al bienestar de los miembros que la componen”.
A mediados del siglo XVIII surge como tema primordial de tratamiento, en el marco del discurso de intervención, la conservación de los hijos. De este modo, se pone en tela de juicio las costumbres educativas de la época: los hospicios, la crianza de los niños con nodrizas domésticas y la educación artificial de los niños ricos.
En primer término, se reprocha la administración de los hospicios debido a las inmensas tasas de mortalidad infantil ocurridas: el 90 % de los niños mueren antes de que hayan podido ser útiles para el Estado. En este caso, se pretendía salvaguardar a los “bastardos” a fin de destinarlos a tareas nacionales como la colonización, la milicia y la marina, tareas para la que estarían perfectamente preparados por el hecho de carecer de obligaciones familiares. “Sin padres, sin más sostén que el que les procura un sabio gobierno, no están apegados a nada, nada tienen que perder; incluso la muerte podría parecer formidable a tales hombres a los que nada une a la vida […]”.
Los hospicios, además, de constituir el espacio físico donde se alojan menores sin vínculos familiares, es un moderno dispositivo técnico encargado, fundamentalmente, de borrar las huellas de los niños adulterinos.
En segundo término, se mira con asombro y desconfianza el recurso de las nodrizas para la crianza de niños como costumbre dominante entre las poblaciones de las ciudades. “Los ricos podían comprar la exclusividad de una nodriza, pero raramente su voluntad”. En este sentido, es aterrador ver como hijos de padres honestos y virtuosos muestran desde su más tierna infancia un fondo de bajeza y de maldad. De este modo, la educación de los hijos de los ricos fracasa porque es confiada a domésticos que emplean con ellos una mezcla de violencias y de familiaridades impropias para asegurar su desarrollo, como en el caso concreto lo atestigua el uso de la faja.
En el extremo más pobre del cuerpo social, lo que se denuncia es la irracionalidad de la administración de los hospicios, los pocos beneficios que el Estado obtiene de la crianza de una población que sólo excepcionalmente alcanza una edad en la que puede devolver los gastos que ha ocasionado: la ausencia de una economía social. En el extremo más rico, lo que se critica es la organización del cuerpo con vistas a un uso estrictamente derrochador por el refinamiento de modales que hacen de él un puro principio de placer: la ausencia de una economía del cuerpo.
La fuerza de estos discursos pregonando por la conservación de los niños radica en la conexión establecida entre el registro médico y el registro social, entre la teoría de los fluidos sobre la que reposa la medicina del siglo XVIII y la teoría económica de los fisiócratas.
Alarma, particularmente, la creciente tendencia a abandonar los hijos al cuidado del Estado o a la mortífera industria de las nodrizas, que resentidas por su condición malogran la educación de los niños que tienen a su cargo.
Por último, se juzga como inconveniente la educación artificial de los niños provenientes de familias acomodadas, en tanto, produce el empobrecimiento de la nación y la decadencia de su élite.
La policía de las familias es un texto de imprescindible lectura para poder comprender los mecanismos que se utilizan en la actualidad sobre la población en su conjunto. Así, la familia adopta una posición neurálgica en el contexto de lo social, como principal indicador del tipo de sociedad que se pretende construir. Por ende, constituye un mecanismo en el que las prácticas de normalización participan de la interioridad del vínculo parental, haciéndolo actuar en consecuencia.
La construcción teórica que realiza el autor respecto de la “policía” sirve como herramienta de ruptura sobre la concepción binaria público-privado y permite, a su vez, la reubicación de la familia en la conformación y transformación de lo social.
Además, pueden evidenciarse dos factores de vital importancia, en primer lugar, el establecimiento de una alianza orgánica entre las familias acomodadas y la medicina y, en segundo, la notable preeminencia de la figura femenina. La mujer como persona encargada de la educación y buena formación de sus hijos, con una responsabilidad excluyente sobre las tareas domésticas y la adecuada administración de los recursos.
(*) Editorial Pre-textos, Valencia, 1998 (ISBN: 978-84-85081-25-7)
[1] Abogada, egresada de la UBA. Especialista en Derecho Penal y en Investigación del Crimen Organizado Trasnacional, Organizaciones criminales y sustancias psicotrópicas. Auxiliar docente de Elementos de Derecho Penal y Procesal Penal, Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.